Friday, August 25, 2006

Falsa tregua



El tiempo se va yendo despacito, sin ruido
como un velero averiado que sangra agua en el mar
que sin saberlo va hundiéndose sin dolor ni remedio
hasta la orilla del centro de su propio abismo desconocido.

La historia se cruza tangencialmente con el pasado
siete murciélagos aletean entre las líneas de un pentagrama eterno
no hay asfixia, sí su conocimiento, un ahogo presentido, que no llega
como si la posesión del concepto anulara la realidad de su objeto.

Busca la ola, y busca el viento, busca sobre qué sostenerse
y así abre el viaje a sí, con entrañable lejanía y desprecio
con un par de muertos tendidos en una sola cuchara
llena ya de la sopa que no habrán de probar
los que morirán un mañana.

Zona de agobio, un agobio magno, que fija y recrudece
que somete todo a un presente soportable, a conciencia
que impide la necesidad de escape ante lo insoportable
imponiendo un contrapunto al oído
apenas apto recientemente.

La dura izquierda apuntala la agilidad de la diestra
en la base, donde no es el principio, de donde tan sólo se parte
durante un día que se transfigura, que muta sin cambiar su fin
arrastrándose con el deseo íntimo de ya no escuchar lamentos.

Calla la tarde, no puede.

La extraña forma lastima a los sentidos,
confusa emoción
la mujer de luto, enceguecida,
arroja las redes sobre la arena
y espera, y recoge, y el polvo, el vacío,
el aire en el vientre virgen
los senos caídos, la lenta y visible decadencia
de quien erró el camino.

Difícil de vivir, como las aulas vacías en algún lugar del año
doliente, como el reposo del guerrero que no alcanza el descanso
la mano firme y el pulso exacto que dicta el corazón amigo
y la amistad desvanecida por una humana condición
entendida y no aceptada.

La verdad del negro muro, húmedo y musgoso,
no visto por estrella alguna
último límite posible al exceso, al deseo, al intento extraordinario
y el recuerdo del agua, la memoria que despierta sonriendo
y en lugar de impulsar la mano, fija los ojos en los cimientos,
en todo cimiento.

Compasión imposible, olvidada, cae el límite y también su sentido
no hay nada más, ni un seguir, ni un dejar estar, no hay nada más
nada más que la tentación de creerlo y al menos pensar en un regreso
pero tentación liviana, cosquilleo infantil,
que oculta su furia desesperada.

El ritmo por el ritmo, pureza por pureza misma, con y sin miedo
a mil años de soledad conciente, sin vergüenza ni vanidad por la espera
vértigo de la soledad real, la inventada, la vivida a fuerza de imaginarla
con la espalda rota, que ya no es espalda,
que ya no es nada nombrable.

Por mucho tiempo el viento ha estado buscando un hueco
el río de lava, de sangre y de Heráclito siempre ha sido
la cintura que se acerca a la mano que la descifra
la sed aprendida, las heridas, todas, vueltas a abrir.

Es fango, y estar bajo el fango, y es la flor de loto una luna ponzoñosa
persistencia de un ahogo que no termina de esculpirse a sí mismo
y el carro, tirado por dos gatos blancos,
que no llega, que se ha extraviado
entre las formas que dibujan
los espacios entre unas palabras y otras.

Las nubes quedan manchadas,
es la muerte que renace, que no muere
una muerte de madera y corteza, baja o alta,
visible o no visible
pero sencilla, como un principio y un fin,
como todo desenlace
y no esta cadencia que avanza en espiral incontenible por sí.

Dualidad

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