Friday, August 25, 2006

La inocente



Sin otras armas que tu alta inocencia
escribiendo el amor en tu idioma nativo
decidiste, yendo más allá de lo tenue
darte cita en el espacio que llamaste mi vacío

Con palabras pocas, y precisas preguntas
fuiste venciendo mis primeras puertas de acceso
para tu asombro y susto, viste la plaza llena de armas
el oscuro santuario donde reposan mis derrotados

En tu mano llevabas el sentimiento de pétalos
y con ellas, recorriendo la fatiga de mi espalda
fuiste aprendiendo cada uno de los nombres de mis batallas
y por el dolor que hallaste, por una primera vez,
de nuevo hallaste el llanto

La magia ocurrió cuando del abismo hiciste cielo
ahí, cuando al impulso de retroceder le impusiste la estadía
para beberte, pura, los gritos que me obligué a callar
que los llevaba dentro, perforando mis pulmones

Un tanto se turbaron tus ojos, algo nubló tu mirada
pero fuiste a por más, a por mis secretos de fuego
y no pudiste con los sellos extremos,
los regidos por mi alma
y te fui perdiendo, por mi extravío,
por mi búsqueda más intensa

Me queda la imagen de cada uno de tus gestos
tus sospechas, el modo mismo en el que aún durmiendo
hacías como que el tiempo durase un poco más de lo que era
para que en cada crepúsculo
no pueda haber sino tu cuerpo que volvía

Me queda el ahogo
las velas entre los líquenes
el santuario y el devenir
la oración quieta que le digo a mi hermano menor

Dualidad

La caricia



El que estando cerca permanece de lejos
el que guarda sus besos como monedas antiguas
el que posterga momentos por fabricar mejores
el que viendo tu cansancio te pide un poco más

El que sigue derecho,
cuando todo avisa que hay que doblar
el que busca el extremo,
ya después de haber cruzado el límite
el que en la sangre visualiza vida,
y en la vida lo que puede llegar de ser
el que late peligro
en cada una de las palabras que calla

El que pensando en perfumes compartió
las veredas con los limosneros
el que imaginó tu nombre porque soñarlo
no podía dado que poco dormía
el que probó del vino oculto en las montañas
que todavía esperan por su nombre
el que trajo de su muy lejana tierra
ese alimento que alguna vez supiste

El que comienza y comienza,
una y otra vez,
como si las horas no doliesen
el del brillo que tiene
porque lo miras desde atrás
el de las cosas pequeñas
en las que edifica un monasterio
el que te incluye, sin decírtelo,
porque es así que es su modo

El que te ve, y aún viéndote
te reclama aún más presencia
el que sabiendo de las teclas,
del oro triste del trigo derramado
el que te espera, el que como sea
sigue realizando su espera
el que ansía, enrevesado,
la otra caricia,
la tuya, la primera, la siguiente,
todas todo el tiempo.

Dualidad

Calle y cielo



¿A dónde habrás de ir?
no hay escape, no hay salida, no hay salvación
ni culpa ni su posible perdón, ni siquiera un acusado
todo es consecuencia, todo es efecto, todo es nada.

¿A quién le vas a contar lo que hiciste hoy?
¿a quién le vas a escribir lo que crees sentir?
¿por quién vas a sentir lo que no puedes describir?
¿quién será veneno y antídoto en justa medida y justo a tiempo?

Yo sólo ignoro, aunque finja siempre no saberlo
admitiendo y tolerando cada sofoco y cada suspiro
como el rengo que al tropezar se disculpa tanto el tropiezo
como la lástima que deja que nazca por sí mismo.

Inválido de acciones, con la frente ensangrentada
únicamente mi corazón lucha por su verdad absoluta
con el alegre alrededor de tu dicha supuesta o cierta
vacío del sosiego de una muerte temprana, o un olvido posible.

Atrás el desafío que guió y emborrachó a mis impulsos
y atrás, también, la resignación, y toda clase de aceptación
nadie enfrente para este aquí con el yelmo golpeado
con la mirada al suelo, con la duda de la realidad.

La calma rodea a la potencia que no sabe que lo es
en tanto que la serenidad envuelve a aquella que se realizó
y entre ambas, como una puerta abierta que nada deja ver
la atroz espera, el pozo que cavaste sin que me diera cuenta.

Agua al caminante, agua al descendiente del que estuvo en Boquerón
un regazo de emperador para el poeta que amó a la mujer de su amo
y un poco de tiempo, sea de invierno o primavera, sólo un poco
para poder al final explicarlo, con dos palabras haciendo una oración.

Los estetas levantan las cejas, es lo que pueden
no hay mucho predicado para cualquier pilar
una definición simple, contundente e inefable
para sufrir entre paréntesis que nadie leerá.

Sigue, sé feliz, o al menos alégrate de cuando en vez
la corteza para los que miran, la madera para los que ven
aunque uno y otro disfruten, lo sepan o no, de la misma sombra
bajo la cual un alguien entenderá la precisión de la flecha más cara
la que queda, la que se guarda, la que por mucho tiempo se oculta.

Dualidad

Es la de ella



Yo había nacido para las otras historias
para que maldigan y bendigan mi nombre
para que me deseen y me odien
para que por mí luchen, y para que me olviden.

Yo había sido hecho para todo eso que fui.
El poeta de Mantua volcaba su corazón sobre el pergamino
el aroma de los cien toros sacrificados ganaban las calles de Amor
el Minotauro, sediento, aguardaba furioso en el laberinto
cuando la muchacha de treinta cantó su deseo sobre el oleaje

Por entre las rocas, siguiendo el rastro de su estrella
fui dejando mis vestiduras, dejando que mis pies aprendan la sangre
y acompañado por el golpe que el sol le da a los buscadores
seguí la voz que me decía "ven, es tiempo, y yo quiero"

El esteta, en Cafarnaún buscaba las palabras
el copista trasladaba el latín al griego
y el sudor destellaba mi frente todavía joven
cuando la vi, esplendiente, desnuda bajo el vuelo de águilas

Me ofreció una entrega brutal, peregrinando ávida
entre gemidos y sollozos, la dura senda de un placer de carne
fijando en su humedad la bandera de mi sed
para después, regalarme plácida, el extraño éxtasis de su sonrisa

La ruta a Catay, y la protegida por los Templarios
el brevario de la anciana que murmuró ajenas situaciones
el polvo que llega al cáliz en el templo de la ciudad de este siglo
y haber estado ahí, en su cuerpo, adivinando universos
Para que yo, que había nacido para las otras historias
le diga al mundo, llana y solitariamente
que no, que no fue mía, que fui yo quien fue suyo
y que mi piel, esta que porto, es la de ella que recuerda.

Dualidad

Falsa tregua



El tiempo se va yendo despacito, sin ruido
como un velero averiado que sangra agua en el mar
que sin saberlo va hundiéndose sin dolor ni remedio
hasta la orilla del centro de su propio abismo desconocido.

La historia se cruza tangencialmente con el pasado
siete murciélagos aletean entre las líneas de un pentagrama eterno
no hay asfixia, sí su conocimiento, un ahogo presentido, que no llega
como si la posesión del concepto anulara la realidad de su objeto.

Busca la ola, y busca el viento, busca sobre qué sostenerse
y así abre el viaje a sí, con entrañable lejanía y desprecio
con un par de muertos tendidos en una sola cuchara
llena ya de la sopa que no habrán de probar
los que morirán un mañana.

Zona de agobio, un agobio magno, que fija y recrudece
que somete todo a un presente soportable, a conciencia
que impide la necesidad de escape ante lo insoportable
imponiendo un contrapunto al oído
apenas apto recientemente.

La dura izquierda apuntala la agilidad de la diestra
en la base, donde no es el principio, de donde tan sólo se parte
durante un día que se transfigura, que muta sin cambiar su fin
arrastrándose con el deseo íntimo de ya no escuchar lamentos.

Calla la tarde, no puede.

La extraña forma lastima a los sentidos,
confusa emoción
la mujer de luto, enceguecida,
arroja las redes sobre la arena
y espera, y recoge, y el polvo, el vacío,
el aire en el vientre virgen
los senos caídos, la lenta y visible decadencia
de quien erró el camino.

Difícil de vivir, como las aulas vacías en algún lugar del año
doliente, como el reposo del guerrero que no alcanza el descanso
la mano firme y el pulso exacto que dicta el corazón amigo
y la amistad desvanecida por una humana condición
entendida y no aceptada.

La verdad del negro muro, húmedo y musgoso,
no visto por estrella alguna
último límite posible al exceso, al deseo, al intento extraordinario
y el recuerdo del agua, la memoria que despierta sonriendo
y en lugar de impulsar la mano, fija los ojos en los cimientos,
en todo cimiento.

Compasión imposible, olvidada, cae el límite y también su sentido
no hay nada más, ni un seguir, ni un dejar estar, no hay nada más
nada más que la tentación de creerlo y al menos pensar en un regreso
pero tentación liviana, cosquilleo infantil,
que oculta su furia desesperada.

El ritmo por el ritmo, pureza por pureza misma, con y sin miedo
a mil años de soledad conciente, sin vergüenza ni vanidad por la espera
vértigo de la soledad real, la inventada, la vivida a fuerza de imaginarla
con la espalda rota, que ya no es espalda,
que ya no es nada nombrable.

Por mucho tiempo el viento ha estado buscando un hueco
el río de lava, de sangre y de Heráclito siempre ha sido
la cintura que se acerca a la mano que la descifra
la sed aprendida, las heridas, todas, vueltas a abrir.

Es fango, y estar bajo el fango, y es la flor de loto una luna ponzoñosa
persistencia de un ahogo que no termina de esculpirse a sí mismo
y el carro, tirado por dos gatos blancos,
que no llega, que se ha extraviado
entre las formas que dibujan
los espacios entre unas palabras y otras.

Las nubes quedan manchadas,
es la muerte que renace, que no muere
una muerte de madera y corteza, baja o alta,
visible o no visible
pero sencilla, como un principio y un fin,
como todo desenlace
y no esta cadencia que avanza en espiral incontenible por sí.

Dualidad

Prisma



Al actor se le acaba el aliento a mitad del festejo
de pronto las monedas no justifican lo que hace
pero sigue, nadie lo nota, aunque todos lo sienten
hay uno que se hace más fuerte que los otros, solo.

Entre los carbones ardientes estaba hundido el puñal
ni sonrisa, ni solemne seriedad, nada grave
el pecho al descubierto, nunca la razón última
y el acero que se arroja al corazón fundiéndose en él.

El rostro - mi rostro - se gasta, pero se endurece
como ciertos frutos secos que así perduran
escondiendo el agua, protegidos del fuego
alimento incierto para el que lo sabe.

Y entonces:

el silencio del sueño de las ballenas
el parpadeo fugaz de un águila al mediodía
el agua del pozo esperando al peregrino
y el ángel que cuida de la hierba recién brotada

la madre que susurra y al tiempo sonríe
la noche que testificará la entrega o el llanto
la marea que aprende a querer a la luna
y la premonición del adolescente frente a la montaña

el libro cerrado
y los pies descalzos
la catedral que aguarda
y la voz que alcanza la palabra.

Ni barro
Ni osadía
Ni ley
Ni misión

Es el estandarte
Es la palmera nocturna
Es la silla y el jinete
Es el fantasma arrepentido

Habla la fuente
Habla el tiempo
Habla el profeta
Habla la música.

Y así:

La plaza queda sola
sólo vuelan las luciérnagas
el tigre late y suspira
la llegada del rocío, del agua.

Nadie bajo el mar
Nadie sobre el cielo
Nadie en la oscuridad
Nadie al fin de la noche

La rueda alrededor del fuego
el carro que se lleva al que sufrió
lo que queda de un obsequio lejano
el prisma escondido por un niño que juega.

Dualidad

Uno solo de sus cabellos



A veces le cuento esas cosas que me ocurren
lo que siento cuando una ramita se desprende del cemento
la visión de un velero azul jugando con una mitad del océano
o la hoguera que comparto con un vecino de otro siglo

Y se queda mirando, como a veces suelo hacerlo yo
y me deja presentir que intuye mi imaginación
latiendo casi al compás de mis latidos
permitiéndome la sospecha de lograr compañía

A veces, sin mirarnos, tocándonos el rostro
me refleja esa historia que no soy, la de ella
y en un sólo instante, por ello, me derrama el abismo
y sonríe por algo, pues ignora que me asusta no saberla

A veces me canta, me cuenta alguna historia
no duda en cruzar el prohibido monte
cuando le digo la importancia de su cercanía
y así, con sus a veces, me va completando la vida

Es entonces, que queriéndola toda, siempre
le tengo poco, porque soy torpe y descuidado
porque en mis manos apenas puedo
con la alegría de sostener uno solo de sus cabellos

Dualidad

Cigarras



Las cigarras de febrero, las que siguen cantando
para que alguien haga una fábula o una historia
para que, como sea, se repare en su ritmo expresado
preso de una estación, pero libre de alguna intención.

Es grave, como la enfermedad del cura del pueblo
como el viaje inesperado de la partera del barrio
como el pestañeo de la corriente un lunes de mañana
como lo que nació adentro y no se pudo decir a nadie.

El mal, y el bien, la interpretación audaz
el padre que pone la diestra sobre el hombro del hijo
y el hijo que con su corazón acepta la fraternidad
el universo y el sol en el último instante del horizonte del verano.

Versión Original:

Por el canto de las cigarras que no fueron condenadas
por el mismo compromiso que aleja el tedio e impone el dolor
alguien será de alguien, y pudiendo o no tratarse de nosotros
de nosotros tratará la historia de un afán de vino y agua.

Ya en la altura, o en la prevista imprecisión de los relojes
el clavel ensangrentado por una rosa cruel y cierta
dará con la muerte que no llega y termina huyendo
por falta de tiempo y de un argumento perfecto.

Postulada la vuelta de las noches, y aceptado el remolino emocional
se expone y recrudece el antiguo aliento de las batallas del polvo
abriendo los surcos por donde transitará el río de sudor
de quien en la guerra encuentra oficio, y en la lucha distracción.

La tienda de campaña, la contraseña, la espera y el sueño
todo para el encuentro de los amantes con el amor
augurios, vaticinios, literatura exacta de una voluntad incomprensible
aleteando sobre los gestos, que son acciones, que no las consideran.

Golpeteo, tablas duras y el grito de la belleza
que inaugura el camino entre la maleza, desgajando
y en su avance que sigue la ruta del sol
mira hacia la distancia circular sin titubeo.

Así es el espejeo, sentir la bofetada, presenciar cosas
como la suciedad en la boca que nos habla
como la mala mezcla de colores del alma de enfrente
y el resentimiento que crece dentro de aquel que tenemos al lado.

Enseñanza aprendida por fuerza, limitación brutal que hiede
impuesta a corta edad, por aquellos que aquí respiraron por más años
que pudiendo haber conocido, se limitaron, intentando limitarnos
al respeto, antes que al valor, al fraude, antes que al arrojo.

No hay juicio en ninguna descripción, pero las palabras, solas
de golpe o de a poco levantan ya su propia sentencia
escapando del error por no buscar ya ni lo exacto ni lo inefable
ni siquiera lo justo, sino el soplo, el aliento, el susurro divino.

Sé que hay un guerrero dentro tuyo, otros también lo saben
pero también hay un niño, no rebelde, que fija la dualidad
como la mujer, que siendo una, y con los mismos labios
distingue el beso que es para el amante, del que es para el hijo.

Puede que no sea la voz del que lo ha imaginado todo
y que sólo se trate del reflejo del costoso esfuerzo
que volcaron los más antiguos en el alto intento
desprendiéndose de sí para fundirse en una luz.

Las cigarras de febrero, las que siguen cantando
para que alguien haga una fábula o una historia
para que, como sea, se repare en su ritmo expresado
preso de una estación, pero libre de alguna intención.

Es grave, como la enfermedad del cura del pueblo
como el viaje inesperado de la partera del barrio
como el pestañeo de la corriente un lunes de mañana
como lo que nació adentro y no se pudo decir a nadie.

Dentro del cansancio, dentro del límite, donde claramente
se dibuja el cariño, y el aire se tiñe de sonidos fraternos
los ojos se resisten al sueño, por un instante no mencionado
en el que es posible arroparse por el día transcurrido
y abrigarse por la noche, que tantas cosas entiende.

Marchar, porque ni a paladas podrán acabar con el corazón
porque el que capta el canto todavía no está muy cerca
por que la historia y el fin persisten en su importancia
tratando de no olvidar los detalles, que al final, no importarán.

El mal, y el bien, la interpretación audaz
y el padre que pone la diestra sobre el hombro del hijo
y el hijo que con su corazón acepta la fraternidad
y el universo y el sol en el último instante del horizonte del verano.

Dualidad

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